La tauromaquia, que es por definición la práctica de lidiar con toros, se ha realizado desde hace miles de años. Su nombre proviene del griego: ταῦρος (toro) y μάχομαι (luchar).
Esta costumbre tiene un origen mileranio que se remonta a la Edad de Bronce, aunque en tal epoca más que un espectáculo era un acto sacro. En diversas culturas antiguas, como la balilónica, escandinava, hebrera e iraní, los toros eran utilizados en rituales y sacrificios. El hábito de matar toros representaba para tales civilizaciones un rito sagrado o de maduración, en el que el animal significaba la nueva vida. El toro era considerado símbolo de fertilidad, virilidad, fuerza y fecundidad, y para ciertas culturas era una divinidad relacionada con la agricultura, la procreación y la naturaleza.
En la Antigua Roma, los emperadores ofrecían, en el llamado circo romano, espectáculos taurinos y con otros animales como el león. Tales eventos eran de carácter político, pues tenían como objetivo entretener al pueblo y distraerlo de las carencias sociales, además de hacer ver al emperador como un hombre fuerte y poderoso. Esto último a través de un enfrentamiento entre toro y gobernante. La afrenta era deshonesta y diseñada a modo pues el toro era debilitado y presentado ante el emperador en estado casi moribundo; sin embargo, el pueblo desconocía tal situación, por lo que aclamaba la fuerza, valentía y bravura de su gobernante.
Durante la época medieval la tauromaquia fue practicada principalmente en la península ibérica y más específicamente, en España. Allí se convirtió en fiesta, misma que se organizaba para celebrar casi cualquier acontecimiento. También se volvió un pasatiempo de la nobleza. Los aristócratas desarrollaron la técnica de matar al toro montados en un caballo, lo cual les permitía acercarse con mayor seguridad al astado. En tal época aparecieron también los lanceros de a pie, quienes aventaban sus armas contra el animal con el fin de debilitarlo, aunque el “privilegio” de matarlo correspondía sólo a sus amos de la nobleza, ya que tal acto representaba poder y superioridad. Los nobles, sin embargo, podían, si así lo deseaban, delegar dicha tarea a sus peones o lanceros, quienes más tarde se convirtieron en picadores.
Durante el siglo XVI la tauromaquia ganó fuerza y popularidad en España y algunas regiones de Francia, gracias a los ganaderos dedicados al encierro y sacrificio en los mataderos urbanos. Estos rancheros comenzaron a realizar actos de “valentía” en su labor de acarrear al ganado vacuno, especificamente al trasladar a los toros bravos, y así desarrollaron lúdicamente formas creativas y estéticas para conducirlo, al grado que la gente comenzó a interesarse y a reunirse en torno a dichos ganaderos. Así, un matadero de Sevilla se convirtió, por primera vez, en algo parecido a una plaza de toros. De tal modo, en aquel siglo las corridas llegaron a adquirir tanta fama por Europa, que el Papa Pío V y la Iglesia católica condenaron el acto como diabólico; no obstante, tiempo después, la Iglesia terminó por aceptar dichas celebraciones, ya que la fiesta taurina se conviertió en una actividad económica muy lucrativa tanto para el Estado como para el clero. En este mismo siglo, exactamente en 1526, varios toros bravos fueron trasladados de Navarra a México, siendo presentados en una corrida realizada con motivo de la festividad de San Juan. Tal festejo marcó el inicio de la tauromaquia en la entonces llamada Nueva España. A partir de entonces, poco a poco la práctica se popularizó en algunos otros países de centro y sudamérica, como Perú, Venezuela, Ecuador y Nicaragua.
La “moda” de la corrida de toros entre la nobleza duró hasta entrado el siglo XVIII, cuando los nuevos ideales de la Ilustración generaron varios cambios en la organización política, cultural y religiosa de Europa. Felipe V de España condenó la corrida como una práctica de mal gusto, bárbara y cruel, por lo que oficialmente dejó de ser una “actividad noble” para quedarse en el ámbito de la plebe; no obstante, la realidad fue que tanto la nobleza como la gente común mantuvieron gran afición por la tauromaquia.
Desde fines del siglo XVIII la corrida experimentó varios cambios y comenzó a ser regulada. Si bien, la tauromaquia había ganado mucha popularidad, también había dejado muchos muertos y heridos, porque las toreadas se realizaban sin orden y en lugares que no garantizaban la seguridad de los espectadores ni del torero. Así, durante el siglo XIX, con regulaciones cada vez más estrictas, la práctica comenzó a profesionalizarse: los toreros y sus ayudantes se volvieron especialistas y comenzaron a utilizar trajes que les distinguían; los recintos en los que era realizada la corrida se normalizaron. Así, a finales de ese siglo surgieron los primeros grandes nombres de la tauromaquia, como: Paquiro (a quien se debe el uso de lentejuelas y montera en el clásico traje de torero), Cúchares, Lagartijo y Frascuelo.
El siglo XX es considerado el siglo más relevante de la tauromaquia. Entonces aparecieron las máximas figuras de la fiesta brava, como: Manuel Laureano Rodríguez Sánchez, mejor conocido como Manolete, y Manuel Benítez, alias el Cordobés. También surgieron numerosas publicaciones y programas (primero radiofónicos y luego televisivos) especializados en la corrida. Esto incrementó el número de aficionados a esta práctica alrededor del mundo. Tal popularidad se mantuvo hasta la primera década del siglo XXI, con figuras como Enrique Ponce y Julián López, el Juli.
Actualmente, la tauromaquía ha sido prohibida total o parcialmente en la mayoría de los países del mundo; sin embargo, aún es practicada en algunas naciones. Incluso en España –país en el que se originó, siendo reconocida como parte de su cultura–, la tauromaquia ha sido prohibida en varias regiones, debido que es un tema polémico que genera controversias éticas.
Armando Acosta
Novelista mexicano, dedicado a escribir ficción realista y ensayo. En diciembre de 2021 publicó su primera novela, El martini azul y en 2024 su segundo libro, La mesa equivocada.