ARMANDO ACOSTA

El martini azul

CAPÍTULO 1

El sueño robado y la frontera

A la mañana siguiente, Álex despertó con una cruda insoportable y totalmente desorientado; escuchaba su nombre, encerrado en uno de los separos de la Delegación; su hermana mayor había salido a buscarlo muy temprano.

—¿Cómo estás? ¿Te acuerdas de lo que pasó anoche? —le preguntó.

—La verdad no, ¿por qué estoy aquí? ¿Qué ocurrió?

—Pues, tuviste un accidente y casi te matas; los oficiales todavía no saben cómo saliste vivo. Por cierto, tu aseguradora dice que ellos no se van a hacer cargo de los gastos de tu auto, principalmente por el estado en el que andabas manejando; ninguna aseguradora te cubre cuando conduces borracho. Pensé que lo sabías. Así que, despídete de tu vehículo, quedó hecho una chatarra. ¡Ah!, y eso no es todo, en el choque te llevaste varios señalamientos de tránsito y dañaste parte del camellón en el que terminó tu automóvil. De esos daños a la Delegación, sí se hace cargo en parte la aseguradora, pero, adiós auto nuevo. ¿De dónde vas a sacar dinero para pagar?, espero que tengas lo suficiente, porque yo no tengo para ayudarte —replicaba su hermana.

—¡Maldición! —dijo Álex, tocándose la cabeza con sus manos, aún tratando de asimilar lo que estaba escuchando— ¿Ya no tengo auto?, ¿cómo?, si todavía no lo acabo de pagar, ¡demonios!, ¿ahora qué voy a hacer?, ¿cómo voy a costear todo?

De ese modo, no tuvo otra opción que conseguir el dinero con el banco y con sus tarjetas de crédito, a las cuales ya les debía bastante.

Una vez recuperado, regresó a trabajar, solo para darse cuenta de que el dinero cada vez le rendía menos. Sus borracheras eran más frecuentes; casi todos los días paraba en alguna cantina saliendo de trabajar. De esta manera el tiempo seguía pasando y Álex se hundía más debido a sus problemas con el alcohol y el banco. Pensó que trabajando en la misma empresa y ganando lo mismo jamás saldría del problema en el que se metió; tenía que encontrar otra fuente de ingresos y muy rápido. No podía completar para pagar ni siquiera los intereses de sus tarjetas, así que decidió cubrir solo una de ellas. Al dividir su dinero no le alcanzaba para pagar las dos. Pensó que ésa sería la mejor forma de salir de su apuro económico; tal vez con más tiempo encontraría la manera de pagarle al banco lo que le debía.

Muy pronto le marcaron del buró de crédito; su nombre estaba en la lista negra; era otro deudor del sistema de bancos de México. Las llamadas de los colectores eran constantes. Casi todos los días le pedían que arreglara su situación; al principio eran avisos muy cordiales y gentiles, mediante los cuales lo invitaban a sentarse con ellos, y que llegaran a algún acuerdo en sus pagos, para de esa manera salir del problema de forma pacífica. Pero conforme fueron pasando los meses y Álex no pagaba, las llamadas tan gentiles se convirtieron en amenazas. Las personas del banco ponían su ultimátum en lugar de ofrecer una solución. Álex no sabía qué hacer, estaba consciente de la situación tan desesperante en la que se encontraba y, por si fuera poco, la salud de su padre seguía empeorando.

  ¡No puede haber vida más jodida que la mía!, pensaba en solitario, consciente de que emigrar a los Estados Unidos era su única opción.

Las cosas no podían ir peor para él; sus remordimientos eran terribles. Todavía recordaba aquella lesión tan seria de tobillo que sufrió años atrás, la cual lo obligó a retirarse del futbol muy joven. A pesar de sus esfuerzos por recuperarse y seguir jugando, no pudo lograrlo, sus intentos fueron inútiles; la realidad le llegó de golpe y tuvo que tomar la decisión de abandonar su sueño. Gracias a las personas que conoció y las conexiones que hizo mientras jugó futbol, pudo conseguir trabajo en una empresa muy importante de eventos y exposiciones en la Ciudad de México, pero, entre el glamour y los excesos, cayó muy pronto en las garras del alcohol.

Álex ya había visitado los Estados Unidos cuando estudiaba la preparatoria; lo hizo con la selección de su escuela, para jugar un torneo de futbol universitario siendo aún menor de edad. Años más tarde, con la idea de renovar su visa y regresar legalmente a aquel país, se presentó a su entrevista en la embajada, pero fracasó; su visa de turista fue denegada debido a un mal historial con las instituciones bancarias y sus problemas con la justicia. Estaba acorralado entre sus problemas económicos, su enfermedad, y la negativa del gobierno americano de concederle una visa para ingresar a ese país de manera legal.

Después de darle muchas vueltas al asunto, tomó finalmente la decisión de cruzar la frontera ilegalmente, para lo cual buscó a Benyi, quien junto con Félix fue su inseparable amigo de juventud; ellos a su vez sufrieron también la terrible decepción de no poder llegar a figurar profesionalmente, debido al ya muy conocido mundo de la corrupción y malos manejos de dinero en el futbol en México. Aquella tarde fue a casa de su amigo.

—¿Qué dices?, ¿quieres que te acompañe a cruzar la frontera de ilegal? —preguntó Benyi.

—Sí, ¿tienes una mejor idea?, recuerdo que Félix me invitó a irme con él hace varios años cuando se fue por primera vez.

—No sé, suena muy arriesgado. Pero, ¿por qué no intentas sacar una visa? Tú ya fuiste para allá a lo del torneo, ¿no?

—Porque ya lo intenté, y me mandaron al demonio; no tengo propiedades a mi nombre, tengo problemas con el banco, no tengo trabajo estable; en fin, no tuve cómo comprobar que solo iba de vacaciones a ver a un amigo; ¿crees que te la den a ti?

—Ni pensarlo, estoy peor que tú; al menos tú trabajaste unos años; yo ni siquiera pude encontrar trabajo, me la he pasado jugando en el llano para ganarme unos cuantos pesos.

—Ya platiqué con Félix, dice que él y su hermano nos pueden ayudar a conseguir trabajo, no hay problema por eso; ¿qué dices?, ¿le intentamos?

—¡Demonios!, ¿en qué momento pasamos de casi debutar en primera división a pensar en atravesar la frontera de ilegales porque no la podemos hacer aquí en México?; está bien, te acompaño; la verdad es que tampoco me está yendo muy bien.

—Gracias, Benyi, espero que todo salga tan fácil como dice Félix.

Después de su charla, los amigos se dispusieron a contactar al coyote que los guiaría en su aventura. Benyi fue el encargado de hablarle y ultimar los detalles del viaje; tenían todo listo: la fecha, el lugar por donde cruzarían y, por supuesto, el precio. No podían dar marcha atrás, su próxima parada sería la línea divisoria.

Habían pasado solo algunos años después del atentado del 9/11, así que la seguridad en la frontera se había reforzado mucho; los lugares para cruzar eran cada vez más difíciles de encontrar y todo se complicaba más. La tecnología de los nuevos aparatos para detectar el cruce ilegal de migrantes le facilitaba el trabajo a la patrulla fronteriza. Mientras tanto, del lado mexicano, los cárteles de la droga controlaban prácticamente todos los caminos; solo quedaban algunos pocos seguros para cruzar a la gente; los demás los tenían destinados únicamente para cruzar su mercancía. Cualquier persona que quisiera ocupar sus territorios tendría que pagar cuota, de otra manera no podría ni siquiera acercarse a la línea divisoria.

—No se preocupen, todo va a salir bien, la mayoría de la gente que conozco aquí, de mi barrio, llegó de esa manera; no creo que ustedes no resistan la caminata por el desierto —les decía Félix en sus conversaciones por teléfono desde los Estados Unidos.

Las cosas desde aquel lado se veían muy fáciles, pero la verdad era que no los dejarían cruzar así nada más. A los amigos les esperaba una muy desagradable travesía, algo que no querrían repetir nunca más en sus vidas.

Por fin llegó el día pactado. Se trasladaron al aeropuerto de la ciudad de Hermosillo, Sonora, lugar por donde intentarían cruzar la frontera. Sería una caminata de tres días, máximo, según el coyote amigo de Benyi. Todo parecía estar bien, los muchachos creían estar conscientes del peligro, pero en realidad no tenían ni la más mínima idea de lo que les esperaba en aquel lugar; las cosas pronto empezarían a ponerse muy difíciles para ellos.

—¡Vaya, ya era hora!, ¿tanto tiempo para llegar a Sonora? —dijo Benyi quejándose de lo largo del viaje.

—¿Qué esperabas por lo barato del boleto? Además, si nos hubiéramos venido en autobús, a esta hora apenas estaríamos saliendo del D.F. —contestó Álex.

El verano estaba en plenitud y el calor era insoportable. Entraron a la sala de espera e inmediatamente notaron la presencia de un fuerte dispositivo de seguridad; los agentes de Migración andaban por todo el aeropuerto, se encontraban muy activos pidiendo identificaciones a las personas de apariencia extranjera. Esto era debido a que muchos centroamericanos entran al país con identificaciones falsas y viajan en avión a la frontera para evitar cruzar el territorio mexicano en autobús.

Álex y su amigo Benyi se dispusieron a buscar taxi, como les habían dicho que hicieran; caminaron por todo el aeropuerto hasta que llegaron a las oficinas de taxis a pedir uno para que los llevara al lugar donde se hospedarían.

—Qué tal, amigo. Vamos para Cananea, ¿cuánto nos cobras por persona?

—Son 500 por cada uno, primo —contestó el taxista.

—¿Qué? No inventes, ¿500 pesos por persona?, estás loco, no te vamos a pagar eso.

—Pues si no quieren, la otra opción es irse en autobús. Aquí cerca está la central camionera; pueden ir para allá y les sale más barato, solo que es más peligroso y se van a tardar más.

 —¿Qué hacemos? ¿Nos vamos en el autobús? —preguntó Álex.

 —Sí, total, qué tan lejos puede estar.

Caminaron hasta la central camionera y abordaron un autobús viejísimo y en pésimas condiciones, e inmediatamente comenzaron a percibir la presencia de muchos centroamericanos. Lo notaban por su forma de hablar y su acento; la mayoría de los pasajeros del autobús eran de allá, y al parecer los únicos mexicanos eran Álex y Benyi. No le dieron mucha importancia al asunto y se acomodaron en sus lugares.

Durante el trayecto se escuchaban algunas conversaciones en los asientos cercanos, en las cuales los amigos centroamericanos trataban de ponerse de acuerdo en qué decir si en algún punto del camino los detuviera un retén. Más adelante y como si los hubieran invocado: una fila enorme de carros y las carpas del ejército, deteniendo vehículos particulares y autobuses para su inspección. Los centroamericanos no podían esconder sus nervios.

—¡A estos los va a fregar el ejército si nos para, mi Álex! —dijo Benyi asomándose por la ventanilla.

—Sí, no creo que les den chance de pasar así nada más, pero es mejor que nos pare el ejército y no el cártel, esos cabrones sí van a agarrar parejo hasta con nosotros.

El autobús se detuvo y los tripulantes centroamericanos no sabían ni dónde meterse, se podía ver el miedo en sus caras. Cuando los militares entraron lo primero que le preguntaron al chofer fue:

—¿Cuántos ilegales llevas?

—Nada más son treinta mi comandante, pero ya pagué mi cuota con los federales allá en Hermosillo, ya les di su parte —respondió el chofer de inmediato.

—A mí me no me importan los federales, ese es tu problema, aquí sueltas el dinero o te los quito a todos.

Terminando de decir eso, dio la orden a otro militar para que los bajara del autobús. Aquél subió obedeciendo a su superior, y con voz de mando les dijo:

—¡A ver!, ¡todos para abajo, rápido!

    Los dos amigos se quedaron viendo uno al otro sin saber qué hacer.

 

Título: El martini azul

Autor: Armando Acosta

Género: Novela realista

Temática: Migración/Alcoholismo

Número de páginas: 445

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